27 de diciembre de 2013

De despedidas y sonrisas (o cómo decir adiós al viaje del sonámbulo)

Cuando no sabes cómo empezar a escribir sobre un concierto es que ha ido muy bien. O mejor que bien. Perfecto. O incluso puede llegar al nivel de La Sonrisa de Julia este fin de semana pasado. Bueno… vale, ahí me he pasado.

Lo primero que quiero decir es que yo no soy ni crítica, ni resabiondilla de música, ni nada por el estilo. Yo aquí solo hablo de lo que me pasa a mí por dentro en los conciertos, algo así como una crónica emocional. Y yo esta vez en concreto no respondo de mí, Marcos y Raúl dan por cerrada la etapa de La sonrisa de Julia, qué difícil es decir adiós.

Intento escribir y sólo me salen corazones de las manos, y es que para mí La Sonrisa era mucho más que un simple grupo de música que me gusta, se han hecho un buen huequito en mi pecho. ¿Y ahora qué?  Pues  supongo que ahora todo. Pueden separarse, podemos hacernos viejos, y es que en la vida todo llega y todo pasa. Pero siempre seguirán las canciones, tumbada en tu cama mirando al techo, darlo todo en el coche… que en tu bar favorito cierren con ‘Puedo’, los recuerdos de horas de viaje para verlos en otras ciudades,  sus abrazos… o incluso otro nombre, mismos músicos. Quién sabe. Lo único cierto es que la música es inmortal, y joder, menos mal.



La noche del viernes, la calma antes de la tormenta. No quiero decir que no fuese un cañonazo de concierto (que efectivamente fue así), si no que yo me lo tomé así, intenté guardar las emociones para el día siguiente. Aunque  Marcos tiene algo en la voz, en la mirada o en sus formas, no sé, que te traspasa. No puedes ir a un bolo de este grupo y que se haga indiferente.  Primera noche con un repertorio  que repasa toda su historia, desde el primer disco con Llevo tu voz, gritando, siendo bipolares y recordando al hombre que olvidó su nombre hasta viajar con el sonámbulo. El concierto fue pasando con momentitos en los que te hacen bailar como ‘Tormentas’ o ‘Extraño’ (parabapapapaaa)  y otros en los que te tienes que sujetar las lágrimas como ‘Luces de neón’, ni que hubiesen hecho la canción para ese momento exacto.

Y el sábado la explosión. Al igual que la noche anterior telonean Los clientes de la noche. Me gusta. Gente joven con mucho rollo y que suenan muy contundentes, yo que vosotros iría apuntando este nombre. Después del calentamiento empieza la fiesta de verdad y aparecen en el escenario La sonrisa de Julia y la banda con mis consiguientes cosquillitas en el estómago. Comienza (y termina, qué sinsentido todo) ‘El viaje del sonámbulo’. Iban pasando los temas con un repertorio parecido al día anterior pero aún mejor (aunque parecía que no, sí fue posible). Yo solo podía sonreír mucho y muy fuerte, bailar y moverlo como nunca en un concierto, ni pestañear, dejar que el corazón latiera al ritmo que marcaba Raúl, y aún más fuerte cuando Marcos se enfrentó él sólo con su acústica a las más de 400 personas que estábamos allí abajo. 

Increíble la complicidad que había en ese escenario, y sobre todo en la improvisación-presentación de la banda. Jacob al bajo, la última incorporación después de trabajar años con Quique González, un verdadero capo. Mario a la guitarra, no tengo palabras, igual te toca un rocknroll que improvisa un blues y sin despeinarse, yo aún no he visto nadie sobre el escenario que deslumbre así  con una guitarra. Además de todo, se ve una conexión tan bonita entre Marcos y él que a veces parecen la misma persona. Raúl, el batería que toca de pies. La persona más adorable y sonriente, te contagia el ritmo y no puedes parar, mitad de La sonrisa de Julia, imprescindible. Y por supuesto Marcos: cantante, compositor, guitarrista, señor con bailes extraños y una voz impresionante. No, en serio, a parte de lo mucho que transmite, técnicamente hablando es sublime. (Bien, bien, me sientan bien)


Esta vez no pude aguantarme, según llegaba el final se me cayeron un par de lágrimas, y a alguno más que tenía alrededor que lo vi yo. Pero creo que era más de felicidad por todo lo que dan que de tristeza. Y el final,'Euforia', el estado de ánimo arriba del todo y con las piernas temblando. 

En realidad, todo esto que he escrito no llega ni a la mitad de lo preciosa que fue la despedida, no sé cómo explicarlo mejor, pero si de verdad querías todos los detalles… ah, haber venido.


5 de diciembre de 2013

Bailar, bailar, bailar y beber, beber, beber.

Rocknroll. Después de un concierto de Los Zigarros esta palabra hace eco en tu cabeza.

 Una noche (muy) fría y público muy del norte les esperaban a este grupo valenciano, pero cómo lo supieron manejar. Como que yo acabé en tirantes, pero eso es otra movida. Cerca de las once de la noche comenzó el concierto. En el escenario los hermanos Tormo, Ovidi (cantante) y Álvaro (guitarrista), Adrián Ribes a la batería y Nacho Tamarit al bajo. Es increíble la energía que tienen y cómo la transmiten. No pretenden inventar nada nuevo en la música, sin pretensiones, y quizás la clave está ahí. Se limitan a seguir los pasos del sonido del rock de siempre, recordando desde el mismísimo Chuck Berry a Los Rebeldes. Y lo hacen muy bien, con garra y con sabor propio.

 

A pesar de que al público le costaba entrar en calor (aunque servidora y acompañante no parasen de bailar en todo el concierto), ellos no se rendían y nos obligaban a pasarlo bien. Repasaron todas las canciones de su disco, como Cayendo por el agujero con un sonido de guitarras arrollador, o Hablar, hablar, hablar la cual hizo que bailaran hasta a las señoras con prótesis en las caderas. También sonó Voy a bailar encima de ti, y a mí no hacía más que recordarme a los Burning todo el rato. Para terminar el broche final fueron Dispárame y un bis de Hablar, hablar, hablar que hicieron que aquello fuese una maldita locura (de las buenas, de las de acabar un concierto sin poder parar de sonreír). Fue una noche tan buena que casi ni me acordaba ya que el sonido fue un poquito regular. Quien dice regular dice malo. Quien dice malo dice… bueno, ya me entendéis.

 


Ya lo decía Neil Young, Rocknroll will never die.